Crítica de El Baile de Los 41 (2020), de David Pablos
Por María Gómez
@incognitaazul
El baile de los 41 cuenta un acontecimiento histórico que sucedió en los tiempos del porfiriato en México, cuando detuvieron a 41 hombres en el baile anual de una sociedad secreta de hombres homosexuales. El arresto sucedió en una redada policial en noviembre de 1901, y entre los hombres detenidos se encontraba el yerno del presidente Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier, esposo de Amada Díaz, la hija mayor y la favorita del presidente. Ignacio es el personaje de quien se vale la película para contar su historia.
Aunque es una trama basada en un hecho real, se instrumenta desde una ficción influenciada por el punto de vista y la mirada del director David Pablos y la guionista Monika Revilla, la cual hace sentir empatía con Ignacio en su dolor y pasión.
La historia refleja el dolor de un amor no correspondido —el que empieza a sentir Ignacio por Evaristo— en una sociedad donde sienten que no pertenecen y en una realidad en la que deben cumplir con unas obligaciones que pesan en el actuar (casarse con una mujer que fortalecerá el poder y el estatus), deberes específicos para ser hombres dignos de la sociedad y del respeto de los otros.
La película inicia con un plano secuencia en el que se entrevé una disputa que se basa en una construcción del estatus a partir de las relaciones y los contactos en ese ambiente burgués, sin embargo, parece que El Baile de los 41 se va acercando a la intimidad entre Ignacio y Evaristo. Resalta la transformación y evolución de los encuentros con un carácter erótico a través de los colores, los planos cerrados, la musicalización y también la belleza en la sociedad oculta de los 42 hombres homosexuales… su ser desinhibido, los deseos a flote que se conjugan con sus vestuarios, maquillajes y el espacio que habitan.
En términos técnicos, el filme cautiva al evocar un universo poético en su dolor y belleza —sin quedarse en el simple reto que implica hacer una película de época— con encuadres pulcros y cuidados que llegan a parecer pinturas, reflejando el carácter preciosista en el que se construye la narrativa de la realidad de México del entonces. Se distingue por un diseño de producción que, de la mano con la fotografía, realza la elegancia de la época; la cámara nunca está estática, y sus movimientos de cámara en conjunto con la presencia del zoom, logran que el espectador se vea inmerso en aquél universo e inclusive que se llegue a sentir como un personaje adentrado en el sentir del resto. Sin embargo, existen algunos planos sobresaturados que irrumpen en la estética de la película.
En términos narrativos, el punto de quiebre de Ignacio parece descuidado y tomado a la ligera, recurriendo solo a un par de minutos entre el primer encuentro con Evaristo, sin desarrollar la relación. La dirección de actores en Evaristo parece tener un objetivo más verbal que corporal, además, no existe simbiosis entre el subtexto y la puesta en escena, a diferencia de Mabel Cadena (Amanda), cuyas miradas y silencios corresponden al sentir del personaje. Con respecto a este personaje se aplaude la construcción del segundo punto de giro de la película, el cual retrata cuando Amada descubre la verdad de Ignacio. Vemos planos más cerrados y de corta duración que aumentan la tensión, convirtiendo el montaje en in crescendo hasta llegar al clímax con el baile y la excentricidad en la que los 42 hombres disfrutan y gozan de su identidad hasta que la moral interrumpe el goce.
El final de la película se convierte en el tiempo que más genera recuerdos e impacta en la memoria del espectador. Al ser detenidos, Ignacio regresa a su hogar gracias a la influencia del presidente Díaz, y en su dolor, se arrodilla en una habitación en un plano que cobra especial sentido porque vemos una pintura de Guido Reni ‘San Sebastian’, una pintura que se vuelve un icono homoerótico al retratar a ese martir cristiano, siendo también un emblema de la belleza masculina, una belleza desde el dolor. El otro aspecto importante, que representa una gran decisión de puesta en escena, es el retrato final de los personajes que representa la alienación y el asesinato simbólico de las pasiones y convicciones en pro de defender la moral y la virtud de la sociedad.
Finalmente, se puede decir que no se sabe a cuál aspecto quería enfocarse David Pablos como director, ya que brinda una cantidad equilibrada de minutos a contar todo; el primer encuentro entre Ignacio y Evaristo, la celebración de la boda, el deseo de convertirse en gobernador, la disputa entre el presidente Díaz con Ignacio, la sociedad secreta y su erotismo; la cantidad de tiempo y desarrollo para cada subtrama es casi el mismo. Entonces, el espectador debe decidir con qué quedarse para generar una opinión al respecto, porque a veces, por el deseo de contar una historia tan importante y tan larga, termina tocando la superficie de los temas quedando inconcluso.
Disponible en Netflix
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