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La tragedia persigue y caza
La tragedia persigue y caza

La tragedia persigue y caza

Crítica de Chicuarotes (2019), de Gael Garcia Bernal

Por María Gómez
@incognitaazul

Gael García Bernal ésta vez trae a la pantalla el largometraje mexicano del 2019: Chicuarotes. Ahora no como actor sino detrás de las cámaras dirigiendo la obra escrita por Augusto Mendoza.

En diversas entrevistas tales como las que hace IMCINE y Cinencuentro, vemos que Gael García tiene la intención de reflejar una herencia cultural y social (cargada de delincuencia, violencia, desigualdad e injusticia) que es representada por los personajes principales —Cagalera y Moloteco— que al mismo tiempo es una herencia repudiada por los mismos. Cagalera es interpretado por Benny Emannuel y Moloteco por Gabriel Carbajal, éste último, un actor natural quien fue descubierto en rondas de castings abiertos. 

Chicuarotes narra una historia que sucede en el pueblo de San Gregorio, una zona de difícil acceso que, según Gael, refleja una marginalidad no sólo social sino también geográfica. El nombre Chicuarotes es el gentilicio de los habitantes de San Gregorio, una palabra que a su vez hace referencia a un ají muy picante que opaca a todos los demás sabores; por lo tanto, la definición resulta más importante para darle sentido a los personajes que convergen en el universo de la película.

Un ritmo que se conecta con la desesperanza de querer sobrevivir a una realidad violenta, en donde las situaciones buenas tienen fecha de caducidad, se revela en la primera escena, cuando vemos que la gentileza y las buenas intenciones de Cagalera y Moloteca solo duran dos minutos hasta que la rudeza se apodera del momento y sucumben ante la violencia para alcanzar un objetivo: el dinero.

Otro rasgo que entendemos del universo que desenreda Chicuarotes, en un día a día turbulento, es que San Gregorio es un pueblo que respira a través del asfalto, del agua que lo rodea… un lugar en donde la justicia es subjetiva, donde las calles tienen su propia ley y la venganza es el pan de cada día. Dentro de esa narrativa, la estética de Chicuarotes necesita permanecer naturalista, imprimiendo veracidad en el vestuario de los personajes, en la atmósfera, en el diseño de producción de los sets y su respectiva ambientación.

Ahora veamos la construcción de un personaje como Cagalera y la perspectiva desde el espectador: por un lado, se percibe cómo Cagalera, en la máxima expresión de su personalidad, usa los secretos de sus familiares para cobrar favores; una estrategia que se valida cuando el carácter de los personajes secundarios titubea, lo que a su vez refleja cómo el sentido de familia para Cagalera no vale mucho, pues se fue tergiversando a medida que las vicisitudes endurecieron su carácter.

Luego, queda un sinsabor al percibir una inconsistencia en las intenciones de Cagalera. No se encuentra una razón por la que quiera escapar del pueblo en el que vive, por lo que cada dificultad la resuelve con costumbrismo o solo la acepta sin más, e inclusive respira unas ganas de mostrar y ejercer un poder frente a su comunidad a través de la violencia. Así pues, el espectador que no viva dentro de la realidad del tercer mundo no percibe el agotamiento ni la realidad social como perturbadora.

Es imposible sentir empatía por un personaje como Cagalera, lo que lleva a preguntarse si la intención de la dirección de actores es que el espectador no pueda conectar con él. Esto se ve hasta la última escena de la película, en la que Cagalera ayuda a que abusen de Sugheili (su pareja) a costa de su propio beneficio.

En el caso del conflicto entre los personajes, éste tiende a ser ligero al estar creado desde un subtexto que se contradice, por ejemplo, el padre no tiene un arco definido, su carácter irascible sorprende en ciertas situaciones y, en algunas otras, su calma parece dibujada descuidadamente. La familia de Cagalera y el rol de sus hermanos generan más un vacío que una construcción en su universo narrativo, sus necesidades se muestran por algunos momentos, se olvidan en otros, toman decisiones sin premeditar y, sin embargo, no dejan sorpresas, las intenciones de venganza y violencia son claras y perceptibles en la mayoría de las escenas. Por otro lado, en otra escena, la aparición repentina y sin contexto de un personaje como Chillamil alrededor de la hora del transcurso de la película, vuelve aún más inverosímil la trama. 

Acerca de la cosmogonía del pueblo, es interesante percibir cómo ésta tiene poder en una pequeña parte de las decisiones de sus habitantes, esto lo vemos cuando Sugheili recibe a Cagalera en su casa y ven a dos animales en la pecera que representan dicha cosmogonía. Sugheili le explica que uno de ellos es Tonatiuh (en la mitología azteca, el dios del Sol) y el otro es Xitlali (la diosa de las estrellas).

En definitiva, es interesante encontrar un punto de vista sobre la realidad de muchos de los países tercermundistas, de las situaciones que se vuelven cotidianas; tales como ignorar un cuerpo tendido en la mitad de la calle, el olvido del otro y, sobre todo, la arrogancia que lleva al ser humano a prejuzgar por qué una persona está donde está, justificar su destino fatídico y, sobre todo, sentirse en el derecho de hacerlo.

Trailer:

Chicuarotes