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En mis peores pesadillas soy persona – 7° Eureka
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7 Festival Universitario Eureka. Competencia Internacional

Crítica de La danza de los caracoles (2021), de Manuel S. Pita Romero

Por Grace Ríos
@Gracebud_

La planète sauvage (El planeta salvaje, 1973),  es una película francesa animada dirigida por René Laloux, con guion de Roland Topor, que narra una realidad distópica en la que los seres humanos viven sometidos por los Draags, una raza extraterrestre de humanoides que los superan en tamaño, desarrollo intelectual y longevidad. Uno de los cuestionamientos más importantes que propone la película es: ¿Cómo tratamos a los que son/consideramos inferiores a nosotros? Este planteamiento ya había sido explorado por los mismos autores en Les escargots (Los caracoles, 1966), cortometraje en el que varios caracoles se convierten en monstruos gigantescos que arrasan con ciudades enteras después de haber consumido verduras que fueron cultivadas a base de lágrimas humanas. 

La danza de los caracoles, es un ejercicio fílmico en el que convergen la animación 2D y el live-action para generar una conversación en torno a la fragilidad de la existencia humana. En el cortometraje dirigido por Manuel S. Pita Romero y producido por la Escuela Universitaria de Artes TAI (Madrid), se retoma la metáfora del caracol. Desde los primeros segundos vemos, en un plano aéreo muy abierto, a un ser diminuto transitar por el bosque. Todo es cuestión de perspectiva, y pronto se descubre que ese ser pequeñísimo es una niña montada en su bicicleta. La niña frena abruptamente para evitar atropellar a un caracol que se atraviesa en su camino. La niña es de carne y hueso. El caracol es un dibujo animado de trazos negros y desiguales conformado por lo que parece un fragmento de bosque. 

La danza de los caracoles

Pronto la música de un violín melancólico inunda el ambiente. La niña descubre a un anciano recolector de caracoles (también animado con el mismo trazo que los caracoles). Lo sigue, estudiándolo a la distancia. Cuando decide acercarse un poco más, el anciano comienza a hablarle de la anatomía de los caracoles –“son seres pequeños e indefensos”–. Le explica que sus antenas son sensibles a la luz y es así como les muestran el camino. Para ellos no hay más que luces y sombras. La niña toma uno entre sus manos, juguetea con sus antenas y se pregunta: ”¿Por qué son tan estúpidos? Me pregunto cómo sobreviven”. 

Quizá todos somos como los caracoles: indefensos ante alguien o algo más grande. A veces, ante la adversidad, en nuestros momentos más vulnerables, cuando no somos capaces de ver la luz y la oscuridad nubla el camino, también llegamos a preguntarnos cómo es que lograremos sobrevivir. Al final, la niña pierde vitalidad en la oscuridad de una caverna, junto al anciano que interpreta, por última vez, como leitmotiv, la misma lánguida melodía en su violín; los caracoles danzan a su alrededor. Tal vez la única diferencia entre nosotros y los caracoles es que somos conscientes de que hay una sombra al acecho todo el tiempo, y que, si bien no conocemos su rostro, la reconocemos como la única certidumbre de la vida: la muerte.