Abisal (2021) de Alejandro Alonso hizo parte del programa de la 24 edición de la Muestra Internacional Documental de Bogotá-MIDBO.
Un orificio parpadeante en el entrecejo
Habitar la oscuridad de Abisal de Alejandro Alonso
–Aproximaciones a un salto en suspensión–
Por Adriana H. Bocanegra
Con el oído abierto y la epidermis alterada me acerco al vacío, me aproximo a un magma oscuro y viscoso, congelado y revuelto de imágenes perforantes; me dejo tragar, ¿y qué sobre los viejos barbudos domesticadores de cuerpos animales? Neptuno y sus encarnaciones. Sus apetitos voraces inundan todo el archipiélago, son ira sin retorno: diluirse dentro del yo y, de pasito, devorar cualquier posibilidad de un “nosotros”. Por otro lado, otras barbas: viejos utópicos, legiones enteras que ya se cansaron de la tiranía y que liberaron a un par de generaciones de los pueblos de América Latina de pensar que no había más remedio que bajar la cabeza y, como dice mi abuelita “comer poquito y andar contentos”, al menos por causa del vacío insaciable norteamericano.
Sin embargo, la precariedad y los bloqueos. La memoria de un pasado sin retorno que materialmente no es pasado. ¿Cómo se abastece una ruina flotante? ¿Cómo habitar un movimiento sin entorno y estar en suspensión en simultáneo? Como fetos envejecidos incrustados en las carnes de hierro del capitalismo tardomoderno, que se descomponen pero nunca se diluyen, al menos no por completo. Porque el desarraigo no siempre se repara con el tiempo. El despojo y las migraciones constantes e involuntarias causan quemaduras que no sanan, heridas putrefactas. El cortometraje Abisal (2021) de Alejandro Alonso es
un salto al vacío, sí.
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Un abismo en donde el aire es materia espesa, allí los cuerpos de sus personajes aparecen como pequeños órganos insurrectos que habitan el estómago de una criatura gigante.
Cuadrúpedos con cara de humanos y patas de hierro.
Como pequeñas extremidades orgánicas de un cetáceo que tiene siete ojos y más de una cabeza; parásitos indiscernibles que se resisten a devenir metal, despojos suspendidos en el tiempo.
Cromo quemado que ocupa los sueños de la gente, susurrando algún futuro posible en medio de la nada.
Porque no sabemos nada sobre una sociedad que quedó a la deriva, conformada mayoritariamente por cuerpos frágiles —que en la película personifican hombres obreros y migrantes—, habitantes de una ruina suspendida en el agua y, aun así, no podemos evadirla.
Yo no pude, se me coló la ruina en el entrecejo.
Porque todo es una tormenta y la sal lo corroe todo.

Naves espaciales flotando en las entrañas de un gigante helado. Óxido y hueso, caparazón desterrado, inflamado de lamentos encriptados. Habitantes de las grietas que miran hacia abajo. Tentáculos en el fondo del mar. Una planta carnívora que se traga todo desde las profundidades. Cavar y cavar, piafar y piafar, hasta llegar al fondo de los mares.
Las furias moldeando una impenetrable coraza. Según el mandato del mercado, parece que es la única manera de relacionarnos en la contemporaneidad, sobre todo cuando se trata de cuerpos otros-sólidos. Oscuridad repentina. Luces del desierto sin desierto, estrellas parpadeantes en medio de la nada, nada helada e indomable.
La ira del padre omnipresente sugiere que la domesticación sólo tiene una vía.
Rup tura.
Bilis negra. Memoria. Ave blanca e intrépida en medio del binarismo, promesa desgastada que se posa sobre el hombro de un sueño; paloma hembra con ojos de monstruo. Cigarro gigante, ruina de la vida con una escafandra pegada, fragmentos de naufragio.
Mirar hacia atrás. Digerir las ruinas que son producto de la tempestad, sin metabolizar. Ballenas metálicas y eternamente sedientas. Trajes de astronautas bajo el sol. Sombras que retumban y disgregan, ganas de llorar.
Asimetrías: vivir en un barco que se hunde eternamente,
e n s u s p e n s i ó n.
Espalda que se traga la mirada, zozobra. Espectros sin brújula que ejercen su agencia con ahínco y, sin embargo, parecen estar condenados a ser engullidos. Mirar hacia el cielo y no encontrar más que hierro. Óxido y metal, grietas soldadas. Impenetrables, protectoras y custodias; vigías. Biblia de los mares, cartas astrales. Crítica y clínica. Olvido en el sistema nervioso de la humanidad. Circuitos hambrientos y tentaculares.

Soñar con bicicletas, caballos de metal.
Trepar montañas huecas.
Animales bajo la tormenta, volar en medio de la tempestad. Rasguñar las quemaduras sin remover el óxido.
Incomodar con sigilo por medio de una prótesis ineludible para gran parte de la humanidad: la extensión de estos dedos míos en unos 1 y ceros 0. Todo lo suculento del mundo y más. Apetitosas formas acartonadas.
¿En qué momento nuestros ojos se volvieron tan voraces?
Desguace: fragmentos de cuerpos que detonan la reflexión ineludible de que una casa no es necesariamente un hogar y, menos aún, para las personas migrantes del tercer mundo. Cuerpos violentados que han adoptado formas de pequeños peces con dientes afilados para hacer posible el día a día.

En su séptima película (porque los cortometrajes también son películas) Alonso-Estrella engulle al espectador, lo aturde con un metal que perfora los oídos, proponiendo una atmósfera enrarecida que multiplica las preguntas. Pero, a medida que el tiempo avanza, quien mira se sumerge.
Se deja llevar
abandona la disposición lógica tradicional.
Habitando un valle de esqueletos barrocos arrumbados, arruinados, abombados y deformados.
Porque no es lo mismo caer que quedar colgando
y menos aún
en medio del lugar más frío del planeta

El destierro y el saqueo incansable de los cuerpos generan errancias perpetuas que configuran formas específicas de habitar, por lo tanto, le dan un matiz particular a la mirada; automatizando la arcada y liberando la pulsión por escribir.
y entonces las patas de las ciegas yeguas negras devienen aletas tentaculares que pueden moverse con soltura en el fondo del océano e incluso tragar. Luces frágiles que mutan en pequeñas, parpadeantes e incómodas extremidades sin nacionalidad. Y entonces, solo quizá, la lengua bastarda de los marineros sea transmisible por medio del audiovisual.
Este texto fue elaborado en el Segundo Laboratorio de Escritura sobre Cine Documental coordinado por Valentina Giraldo Sánchez y Pedro Adrián Zuluaga en el marco de la 24 Midbo.