Intimidades Invadidas
Intimidades Invadidas

Intimidades Invadidas

Por: Roberto López
@RobertoLodom

Noches de Julio (2019), de Axel Muñoz Barba

“El hombre está ligado entonces a los objetos-ambiente con la misma intimidad  visceral que a los órganos de su propio cuerpo.”

Jean Baudrillard

En su relato ‘Cosas’, José Saramago imagina un mundo en el que los objetos cobran vida, pero nosotros sólo lo deducimos con asombro y sospecha hasta que el relato se despliega. Saramago coloca las pistas de una sutil incorporación a este mundo de requerimientos especiales, de cómo la gente lidia con una súbita desaparición de los objetos, como si de una sublevación se tratase, y comienza una búsqueda con el carácter de un thriller distópico.  En la resolución, una mujer dice: <<No teníamos otro remedio, puesto que las cosas éramos nosotros. No volverán los hombres a ser puestos en el lugar de las cosas>>.[1]

Axel Muñoz Barba realiza algo similar en su ópera prima, aunque sea sólo en concepto, porque aquí los objetos no desaparecen sino que cobran un significado particular para sus involucrados, primordialmente para Julio (Hoze Meléndez, reservado y sobresaliente), el protagonista, quien vive solo y en soledad, asediado por un pasado delictivo y refundido en la tintorería donde trabaja, que lo aparta de todo contacto social. Invierte su tiempo libre como invasor de intimidades, entrando en las casas, tocando los objetos, acercándose a ellos, y al salir despoja del espacio todo rastro de su presencia.

La primera relación que Julio entabla dentro de la historia no es con una persona, sino con un objeto: un vestido rojo, perteneciente a Sofía (Johanna Murillo). Él siente que un primer contacto se produce primeramente con un ente material que lo define, por eso éstas conexiones interpersonales le llevan al husmeo, como un fantasma omnipresente en una necesaria inspección del entorno físico del observado: sus libros, sus tazas, la marca de los labios en esas tazas; así Julio encuentra en ello una fantasía de la persona en un acto de renuencia por conocer realmente a la persona.

Después está Mara (Florencia Ríos), quien hace lo mismo pero sin hacerlo igual: ella entra a las casas y siente los objetos, pero contraria a Julio, esparce rastros identificables de su presencia. Así es como inicia un juego de correspondencias en sus allanamientos: él la identifica como cómplice y rival (al mismo tiempo) en el acto de husmear a la gente, mientras se enamora de ella y lo hace salir de su zona de confort.  

La guionista Claudia Garibaldi confecciona, con su también ópera prima, un retrato de amores inversos, un experimento entre observador y observado cuya persecución se produce desde la apreciación para dar lugar al romance. Ese discurso encuentra integridad con la dirección de Axel Muñoz, quien tiene crédito como sonidista en decenas de películas previamente a su debut como director. 

La imagen, pero sobre todo el sonido, dominan los momentos, ya sea en los silencios de la escena en cámara lenta donde Julio huye; o los sonidos absolutos de las hojas de un libro que corren por los dedos de quien husmea la casa de Sofía.
El ambiente sonoro erige el descubrimiento (¿o encubrimiento?) de una timidez propia a partir del voyeurismo, una soledad invasora hasta que le invaden a sí mismo: un romance que se basa en las mismas filias.

Mientras Saramago cuenta la sublevación inminente de personas convertidas en objetos, Noches de Julio narra la despersonalización por sus objetos a través de dos jóvenes conflictuados, envueltos en su deseo de pertenecer y no lograrlo por anteponer lo que define a una persona por lo que posee en lugar de lo que es. Porque las personas no serán puestas en lugar de las cosas.

El director no castiga a los protagonistas por lo que hacen, sino que los muestra como lo que son: invasores, invitados deseados convertidos en visitantes, compartiendo soledades en espacios de acceso libre, ya que más que un síntoma, esas invasiones son, en realidad, un fenómeno sociológico. Noches de Julio habla sobre la conciencia de saberse observado cuando nos pensamos a nosotros mismos invasores en redes sociales, viendo los objetos que poseen a otros con un mismo deseo: la dulce añoranza de conectar y no poder. Cada casa que se invade es el muro, el perfil, las historias o estados; habitantes vacíos en habitaciones repletas. Intimidades invadidas. 

En ese sentido, no somos muy diferentes a Julio.
Puede que incluso nos enamoremos de un intruso como nosotros.  

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FUENTES:[1]José Saramago, <<Cosas>>, en Casi un objeto,  México, Debolsillo, 2016, pp.77-126