Por: Kathia Jiménez Alegria
@Alegria_Kath
Hemos normalizado la violencia. Pareciera ser una frase que escuchamos en cualquier momento, en cualquier lugar. Suele resultar inaceptable e indignante que mujeres de todas las edades salgan a manifestarse ante la violencia de género que existe actualmente. Es más, a juicio de un número importante de la población, resulta incomprensible que haya manifestaciones por la muerte de una o varias mujeres. Tal vez, el documental Las tres muertes de Marisela Escobedo (2020) nos haga empatizar con un fenómeno que existe hace ya casi tres décadas.
Netflix ha puesto a disposición otros títulos que abordan el mismo tema. The Keepers (2017) es una serie documental que muestra la investigación realizada por un grupo de mujeres que indagan la muerte de una monja en Baltimore, ligado a una red de abuso sexual por parte de la iglesia católica. Chicas Pérdidas (2020), basado en un caso real, relata la historia de una madre que termina asesinada mientras buscaba justicia para su hija muerta; curiosamente similar al caso de Escobedo. Estos son sólo algunos títulos que reflejan que el tema de la impunidad en los feminicidios no es un problema nuevo pero que, con el tiempo, va formando parte de lo cotidiano.
Situémonos en Ciudad Juárez, en el año de 1993, cuando las mujeres salían a trabajar a las maquilas desde muy temprano. Eran mujeres independientes que buscaban seguir estudiando o mantener a sus familias. Resultaban escasas las muertas por asesinato. Dicho sea de paso, estaban tipificados como “crímenes pasionales” u “homicidios dolosos”. El sistema de justicia de Chihuahua hacía muy poco por indagar en estas muertas. Se hablaba de redes de narcotráfico que se encontraban implicadas en estos crímenes.
Poco a poco, con el paso de los meses y años, las cifras de homicidio de las juarenses fueron creciendo. Los victimarios sabían que la justicia jugaría a su favor. En consecuencia, las formas de liquidarlas fueron más fuertes, al grado de aventar los cadáveres a los marraneros, con lo que se ganaba la pérdida de las evidencias. Incrementaban las matrículas de desaparecidas y de mutiladas en lotes y localidades semidesérticas. Unas cuantas, apenas eran unas bebés, unas niñas. Otros ya ni eran cuerpos, como Rubí, sólo eran Huesos en el desierto.
Como bien señaló Sergio González Rodríguez en su osado trabajo periodístico, Huesos en el desierto, este fenómeno ha permitido que la mayor parte de las víctimas formen parte de la estadística y a muy pocas se les otorgue carpeta de investigación. Lo anterior responde a que los criminales, generalmente, buscan presas desprotegidas; es decir, que no pertenezcan a un sector social acomodado, con el fin de no hacer alarde. El Silencio de los Inocentes (1991), es un claro ejemplo de que la familia de la víctima puede generar los medios para buscar a la afectada y exigir justicia mediante mecanismos legítimos que generen descontento social.
Las tres muertes de Marisela Escobedo es un documental que comienza por presentarnos a una Marisela determinante. En una secuencia de primerísimos primer plano nos muestran sus facciones de coraje, tristeza, rabia e impotencia ante la muerte de su hija a manos de su yerno: asesino confeso que fue absuelto por el marco jurídico del estado. La voz en off revive a Marisela, esa mujer empresaria y empoderada que, con su andar de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad; buscó justicia. Hizo el trabajo que los grupos de investigación no hicieron. Su contrato de muerte, tal cual lo expone Juan -su hijo- fue haber confiado información delicada a las autoridades de Ciudad Juárez. Significó una puñalada para la administración del estado que una mujer recabara la suficiente información para refundir a un prófugo de la justicia. Lo único que pudo apagar su voz fue la bala del crimen organizado que le arrebató la vida frente al palacio de Gobierno de Chihuahua.
Las autoridades mataron una cuarta vez de Escobedo al cerrar la carpeta de investigación con los asesinos implicados en el caso. Tan grave es el hecho de no llevar la pesquisa a más profundidad que el informe realizado por expertos de la ONU unos años antes -a consecuencia de que las instancias internacionales voltearon a ver a Ciudad Juárez como un foco de alerta por el feminicidio de la holandesa Hester van Nierop- que concluyó en “la incapacidad relativa del Estado de resolver estos casos de una manera adecuada”.
Para 2003, esto era un problema que iba en ascenso en esa localidad de Chihuahua. González Rodríguez lo denominó como “una orgía sacrificial de cariz misógino propiciada por las autoridades: los responsables estarían libres, a la sombra de una pirámide corrupta que tiene su base en la ineficacia policiaca y los delitos impunes en un índice de casi ciento por ciento en la República mexicana”. Actualmente, el conflicto traspasó fronteras estatales, tal como lo expuso el autor del libro. Ha tomado fuerza en el Estado de México.
Como bien González Rodríguez cita a Paul Ricoeur “Hay crímenes que no han de olvidarse, víctimas cuyo sufrimiento pide menos venganza que narración. Sólo la voluntad de no olvidar puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más”. Marisela Escobedo nos acompañó, con su dolor y rabia, de vuelta al desierto lleno de huesos femeninos, recordándonos que estará en cada madre o padre que exige justicia por aquellas hijas a las que se les arrancó los sueños y la vida.
Disponible para ver en Netflix, mira a continuación el trailer:
1 González Rodríguez, Sergio, “Prefacio” en Huesos en el desierto, Barcelona, España, Anagrama, Tercera reimpresión mexicana, 2015, pp. 17-18.