El rumor del deseo
El rumor del deseo

El rumor del deseo

Crítica de Las mil y una (2020), de Clarisa Navas

Por Karla D. Oceguera
@karlaoce

Iris recorre los pasillos de un laberíntico complejo multifamiliar. Rebotando su pelota de básquetbol nos introduce en un universo argentino que pocas veces vemos reflejado en la pantalla. Los sonidos se entremezclan poco a poco, tejiendo la red de voces que contarán esta historia. A lo lejos, Renata, quien camina despreocupadamente y se pierde entre piropos no solicitados, canciones de cumbia, relinchos de caballos y risas de niños jugando en el área común. Iris trata de alcanzarla, pero es inútil, Renata es efímera. 

Las mil y una (2020) aborda la historia de Iris, una tímida adolescente que vive en el barrio de Las Mil Viviendas —nombre que da pie al título de la obra—, en la ciudad de Corrientes, Argentina. Iris conoce a Renata, otra residente del multifamiliar que acaba de volver al barrio y quien despierta en ella una intensa atracción. A pesar de los múltiples rumores y la aparente mala reputación de Renata, ambas iniciarán una relación en la cual el deseo, la curiosidad y el afecto serán su principal motor. Esta relación será solamente el punto de partida, ya que el tema de la película se acentúa y profundiza a través de lxs personajes secundarios que van construyendo distintos niveles de lectura.

La directora argentina, Clarisa Navas, encapsula el placer, los afectos y la sexualidad de una juventud entre los muros de un barrio que nunca calla. Desde la primera escena el barrio se hace presente por medio del sonido y pocas veces, si no es que nunca, guarda silencio. Lxs habitantes se hacen presente a través del sonido de su mascotas, sus discusiones familiares, los gritos de sus infantes o las sirenas policiacas que circulan constantemente por la zona. Por más que Iris y Renata buscan algún recoveco en donde explorar sus cuerpos, su deseo siempre se ve interrumpido por un sonido que marca el peligro inminente que les rodea. El diseño sonoro convierte al barrio en un personaje más que persigue y juzga los impulsos de la juventud que le habita. 

Aun cuando Navas construye gran parte de la narrativa fuera de cuadro, la cámara se muestra inquieta, dinámica y cercana, exhibiendo una realidad aparentemente en decadencia, pero bastante viva. La imagen provoca una extraña sensación de proximidad; evidencia el aprisionamiento que el espacio impone en lxs personajes, donde las paredes están casi encima de ellxs y es difícil delimitar lo íntimo de lo público —y viceversa—. Los encuentros ocurren en la oscuridad, en la periferia, fuera de la vista del espectador y, principalmente, fuera de la vista de la comunidad del barrio. El espacio materializa a esta comunidad y pareciera que es este mismo espacio el que condiciona a quién desear, cómo desear y dónde desearlo. 

Así pues, podemos ser testigos de una dirección actoral bastante atinada, que muestra el conocimiento y la familiaridad que tiene la directora argentina respecto a este universo, creando un retrato orgánico y realista que muchos han comparado con el gran clásico del cine argentino, Pizza, birra, faso (1998). Ambas películas exploran la búsqueda de identidad de una juventud perdida que, en el caso de  Las mil y una y como bien acentúa su escena final, corre despavorida sin rumbo alguno, rodeada de una violencia sistemática que les impide y al mismo tiempo les empuja a vivir su sexualidad desbordadamente. 

Las mil y una es el segundo largometraje de la directora Clarisa Navas, se estrenó en 2020 como parte de la sección Panorama del Festival de Berlín y se encuentra disponible en Netflix.

Trailer: