Crítica de Nudo Mixteco (2021), de Ángeles Cruz
Por Ernesto González Díaz
@netografia
El Nudo Mixteco es una región accidentada resultante del choque de tres cadenas montañosas en Oaxaca, al sur de México. En el primer largometraje de Ángeles Cruz —directora de los premiados cortometrajes La tiricia o de cómo curar la tristeza (2012), La Carta (2014) y Arcángel (2018)—, el nudo resulta de la convergencia de las historias de María, Esteban y Toña, que años después de haber emigrado de la comunidad indígena de San Mateo, regresan por distintos motivos pero con un resultado similar: darse cuenta de que ya no pertenecen a su lugar de origen.
Una parvada de aves cruza el cielo visto a través de una reja; imagen inicial que evoca la imposibilidad de la libertad o acaso la frustración del escape que podría conllevar la migración. María, que trabaja como empleada doméstica en la Ciudad de México, viaja a San Mateo al enterarse de la muerte de su madre. Al llegar no es bien recibida, sobre todo por su padre, que la culpa del deceso. El motivo de este ataque, y la razón por la que María dejó el pueblo, es su relación con Piedad, quien ahora tiene un bebé —cuando María pregunta por el padre, no hay respuesta, ¿alude su silencio a un abandono, una violación?—. La pasión entre ambas no parece haber disminuido a pesar del paso del tiempo y, tras el reencuentro, María le propone a Piedad irse con ella a la capital.
Esteban regresa después de haber estado tres años en Estados Unidos, llega con un clarinete y juguetes para sus niños. Su vuelta a San Mateo parece armoniosa cuando uno de sus amigos le insiste para que toque junto con la banda en un baile. Al día siguiente, después de despertar de la borrachera, Esteban descubre la razón por la que su amigo no lo quería dejar ir a su casa: Chabela, su esposa, ahora vive con otro hombre, quien se ha hecho cargo de la familia. En busca de justicia ante lo que considera una afrenta, Esteban convoca a una asamblea comunitaria, la cual se anuncia en los altavoces dispersos por la comunidad.
Toña, que tiene un puesto en un mercado de la ciudad y un pintoresco amante con un fetiche sexual por las máscaras de luchador, recibe una llamada que revive los fantasmas de su pasado: su hija es víctima del mismo hombre que abusó de ella en su infancia, su tío. Al llegar a San Mateo se encuentra con la dificultad para conectar con una hija a la que no conoce, así como con el silencio cómplice de su propia madre, quien prefiere solapar al abusador antes que causar incomodidades en una comunidad regida por usos y costumbres.
En este mundo cerrado cuya resistencia al cambio es parte de sus estrategias de supervivencia, las mujeres reclaman el derecho a decidir sobre su sexualidad, a ser autónomas, a tener humanidad. Las respuestas van desde la indiferencia hasta la violencia.
Las fiestas patronales, de importancia central en la vida de las comunidades, son el contexto en el que estas tres historias se intersectan. Y es en los detalles de la cotidianidad retratada donde la película logra una gran autenticidad —terreno pantanoso donde el cine mexicano ha fracasado una y otra vez, cayendo en el exotismo y la folclorización—. El éxito que Nudo Mixteco logra en la representación de este contexto se debe, en primer lugar, a que la propia Ángeles Cruz es originaria de la comunidad, pero sobre todo a que supo compartir con su equipo de trabajo una mirada aguda, y a que contó con la complicidad de los habitantes, quienes hacen públicas ante la cámara las pulsiones del ámbito privado.
El baile, el cortejo fúnebre, el sepelio y, especialmente, la asamblea, son escenas meticulosamente construidas, cargadas de sutilezas y contradicciones —destaca el contraste entre la formalidad y la risa durante la última—, de acciones y actitudes sólo observables gracias a una inmersión profunda en la realidad social, traducida a imagen por medio de una fotografía naturalista y una cámara en mano que comunica la inestabilidad de la situación en que se encuentran los personajes. Los sonidos del pueblo, el uso del agua para purificar, el caminar de las personas, la sensación de estar siendo constantemente observado y el habla local enriquecen una atmósfera veraz, a la vez que crean tensiones con la presencia de los actores profesionales y de la ficción, que por momentos se estira al límite y avanza por una cuerda floja tendida entre los cañones de la sierra.
Fiel a la vocación oaxaqueña de enredarlo todo, la estructura juega a hacer nudos con el tiempo, que regresa sobre sí mismo en los momentos donde los distintos personajes se cruzan, saltando del viaje de uno para seguir el de otro, lo que recuerda a los guiones no lineales de Guillermo Arriaga o Tarantino. El paisaje natural y social cobra tal importancia que las historias de los personajes se empequeñecen, el nudo geográfico y el nudo social se imponen sobre el nudo de la trama, que llegado un momento resulta accesoria. Sin buscar una resolución satisfactoria, produce desasosiego.
Mientras Piedad duerme, María parte sola, quizá sabiendo que su propuesta es inviable. Tras denunciar a su tío ante las autoridades, Toña arroja al río la piedra que se había llevado como único recuerdo de su tierra. Frente a la imposibilidad de volver a formar parte de la comunidad, las únicas opciones son la huída o la destrucción, como hace Esteban al prender fuego a su casa —ahora carente de significado por haber perdido a su familia y luego de intentar matar a Chabela, sin éxito—, mientras observa tocando el clarinete ante el llanto de la madre, en un final desconcertante.
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