Sobre Mudos Testigos (2023), Luis Ospina, Jerónimo Atehortúa
Por Nicolás Ganjeta
¿Qué significa orientarse en el archivo laberíntico de los textos e imágenes continuamente mezclados, ligados, reunidos y destruidos todos juntos? —El Archivo Arde, Georges Didi-Huberman
El archivo es un lugar oscuro, enigmático. No por portar algo necesariamente sombrío o temible, sino por su extrañamiento. La distancia en el tiempo, con su gestor, con su contexto; está alienado del mundo en el que nació. Es tan sólo un jirón de lo que alguna vez fue una unidad ahora desleída por el tiempo. Este naufragio por el mar de la historia implica entonces un desconcierto, un territorio desconocido en el que sólo queda errar hasta llegar a algún punto.
Asumir el archivo como una zona fantasma, un lugar por el que sólo podemos vagar a ciegas. Pero ese tránsito desorientado pide un cómplice, una herramienta que haga útil la andadura. Recorrer el archivo a tientas, usar el tacto para reconocer ese paraje donde todo está oculto hasta lograr palpar las brasas, eso latente que quema, y entonces soplarlo para darle una nueva vida. El trabajo de archivo no es poner luz sobre la oscuridad de las imágenes, sino darles oxígeno para que vuelvan a respirar, a arder y expongan su luz. Eso propone Mudos Testigos.
Alrededor de 11 horas de metraje son todo lo que sobrevive de la época del cine silente colombiano —– 12 largometrajes y unos cuantos documentales —. Mudos Testigos, se propone recorrer esos fragmentos que sobrevivieron a la historia, esas cenizas que resistieron a extinguirse. Materiales llenos de huecos, de ausencias, de resquebrajamientos narrativos y físicos son ensamblados en un nuevo relato donde hacen comunión.
¿Por qué sobrevivieron esas imágenes y no otras? Posiblemente haya una respuesta en esa historia en la que todas caben, en eso invisible que comparten. Allí reside algo que no se dejó apagar, que permaneció y pide ser reimaginado en un compósito de imágenes que se encuentran entre sí a partir de la ausencia — el metraje faltante es quien invita a su unión —. Igual que la cesura en la poesía, el espacio vacío y el silencio es donde reside la contundencia propia del trabajo de archivo.
En criminalística, un testigo mudo es el nombre otorgado a aquellas cosas que sirven de prueba o indicio de un delito: El porte injustificado de un arma es testigo mudo de un posible delito, pero también lo es una pared de la escena del crimen. Justamente esta película reúne los testigos — o testimonios — mudos de los inicios del siglo XX en Colombia, donde residían unas pulsiones amorosas, sociales y culturales que se negaron a la destrucción del tiempo (o de algún gran crimen que mantendrá su secreto en el silencio de las imágenes). Cada una parte de una narrativa oculta, de una narrativa posible que el filme descubre y pone en evidencia. El melodrama es el lenguaje por el que se comunican — y unen — estas imágenes, dejando al descubierto otras señales de aquella historia aparentemente cegada por el amor, pero desbordada de matices políticos, sociales y culturales que precisamente pierden su distancia y se encuentran al hacerse necesarias para seguir el relato propuesto por los otros metrajes.
El relato de dos amantes trágicos nos lleva por tres actos atravesados por situaciones que podríamos identificar hoy en día. Este encuentro en el tiempo, sugiere una inquietud por nuestras imágenes, nuestros relatos, por cómo podemos vernos en esas imágenes de hace casi un siglo, por qué nos seguimos encontrando ahí, o por qué esos fantasmas se siguen encontrando hasta estos
días. Se suscita una conexión entre las imágenes de hoy y ayer, se formulan preguntas. ¿Puede que las imágenes del ayer sean más contundentes, al delinear la trayectoria de esas situaciones que se mueven en el tiempo llegando hasta hoy? El gesto que ordena las imágenes en esta película se ha planteado como collage. Un término aparentemente atemporal e interdisciplinar que se queda corto en el recorrido propuesto por el montaje. Entre los impulsos detectivescos, narrativos y anárquicos, hay un gesto diferente. Un gesto propio de un cine distinto — como tantos otros que están germinando — en búsqueda de nuevos lugares del lenguaje cinematográfico, que quizás pide también nuevos lugares del lenguaje para hablar del cine. Uno que escudriñe en las provocaciones y los gérmenes que dan vida a las películas, una conversación que pide ser reformulada para hacer camino de esos senderos ocultos y poco reconocidos del cine.